La fiesta del gol
En un mismo partido Salenko y Milla establecieron dos grandes marcas
En el fútbol lo más importante es el gol. Quizá sea lo único realmente importante. Y por eso, el gol tiene la facultad de hacer protagonistas a quienes no parecían tener invitación para entrar en la historia.
Eso es lo que pasó un 28 de junio de 1994, en San Francisco, en pleno Mundial de Estados Unidos. Entonces se celebraba un, aparentemente intrascendente, Rusia – Camerún, perteneciente a la última jornada de la fase grupos.
Los dos equipos tenían casi imposible su clasificación para octavos. Tanto que a la conclusión del partido ninguno consiguió su objetivo. Pero eso, entonces ya era lo de menos. El encuentro, que acabó con un aplastante Rusia 6 – Camerún 1, había pasado a la historia.
Y fue por “culpa” de dos nombres: el de Oleg Salenko y el de Roger Milla. Los dos habían sido capaces de establecer sendas marcas que serán muy difíciles de batir.
Salenko era un delantero que había alcanzado cierta notoriedad jugando con el C.D. Logroñés. Ese brillo con los riojanos le valió para firmar un apetitoso contrato con el Valencia. El traspaso se acababa de cerrar y el bueno de Oleg se quiso dar un homenaje. Y vaya si lo consiguió.
Cumplido el primer cuarto de hora de partido llegó el primer aviso de lo que estaba por venir. El primer gol de Rusia, de Salenko. Poco podía imaginar el meta de Camerún, el por entonces desconocido Jacques Songo’o, que tendría que repetir una y otra vez ese amargo mecanismo de recoger el balón del fondo de su portería.
En el tramo final del primer periodo, después de varios minutos de fútbol entretenido, el gol decidió que había llegado su momento.
Minuto 41. Despiste de los africanos en el saque de una falta rusa, y el segundo de Salenko.
Minuto 44. Penalty sobre el ruso Tsymbalar que sólo ve el árbitro. ¿Adivinan quién lo ejecuta? Sí, Salenko. Songo’o se vence hacia su derecha y el balón entra por el costado izquierdo de su portería.
Al descanso Rusia ganaba 3-0 y ya olía a record. Aquí es donde entra en escena el segundo invitado a la fiesta del gol.
Camerún necesitaba un revulsivo y su seleccionador, Henri Michel, lo encontró en el banquillo. El francés echó mano de Roger Milla, un mito en su país. La jugada no era nueva. En Italia’90 Milla ya brilló como goleador saliendo de refresco y logrando, con sus tantos, que Camerún se convirtiera en la primera selección africana en alcanzar los cuartos de final de una Copa del Mundo. Sólo que entonces, Milla tenía cuatro años menos.
Pero al gol eso no le importa. Recién arrancada la segunda mitad, el viejo león indomable rugió con fuerza. A Roger Milla le cayó un balón en la frontal del área y resolvió como sólo él sabía hacerlo: potencia y definición. Gol.
El banderín de córner le esperaba una vez más para ser su pareja ideal de baile. Esta vez Stepehen Tataw, su compañero, apenas nos dejó disfrutar de su movimiento de caderas.
Con 42 años, Milla acababa de lograr convertirse en el jugador más veterano capaz de marcar en un mundial. Será difícil superar esa marca.
Y a todo esto, ¿qué era de Salenko? El ariete ruso no quería dejar pasar su tren a la gloria. Llevaba tres goles pero quería más. Sabía que era su día.
El gol de Camerún dio paso a casi media hora sin sobresaltos pero en el minuto 72 Tetradze alcanza la línea de fondo y su centro hacia al punto de penalty lo remata inapelable…Oleg Salenko. Rusia 4 – Camerún 1. Partido sentenciado.
Pero era demasiado bonito como para que todo acabara ahí. Tres minutos después, en el 75, llegó la guinda del pastel. Un pase entre líneas ruso rompe la defensa camerunesa y allí aparece, una vez más, Salenko, que bate a Songo’o en su salida. Acababa de pasar a historia. Cinco goles en un solo partido de Copa del Mundo. Es curioso, él también, como Milla, celebró su marca junto al banderín de córner.
El marcador lo redondeó Radchenko con el defintivo 6-1 pero la fiesta del gol ya había encumbrado a sus dos nuevos reyes: Oleg Salenko, pentagoleador y Roger Milla, goleador con 42 años.
Y así terminó el partido, con uno y otro abrazados, capturados por todos los objetivos y, probablemente sabedores de que acababan de escribir sus nombres en el libro de oro de la historia del fútbol. Ese en el que pocos nombres aparecen. Sólo el de aquellos a quienes el gol les toca con su caprichosa mano.
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